
Nuestro continente es, desde hace
cuatro siglos, pobre y cristiano. La inmensa mayoría del continente vive en
situaciones de hambre y miseria, que se manifiestan en la mortalidad infantil,
muy elevada, falta de vivienda digna, problemas de salud, salarios bajísimos,
desempleo y subempleo, inestabilidad laboral, migraciones masivas,
analfabetismo, marginación de indígenas, esclavitud de la mujer, etc.
A estos
problemas económicos se suman los que nacen de los abusos de poder, típicos de
los gobiernos de fuerza. Pero este pueblo es cristiano, y en su mayoría
católico. Esto implica no sólo haber sido bautizado, sino haber asimilado los
valores profundos del Evangelio, que se han insertado en sus riquezas humanas,
culturales y religiosas ancestrales.
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Rvdo. P. Daniel Mesín. |
Pero, resulta contradictorio con
el ser cristiano, la forma como muchos cristianos viven su fe. Por una parte,
una minoría rica y poderosa, se llama cristiana, utiliza la fe como instrumento
para mantener sus privilegios de grupo social, sometiendo a las mayorías a una
situación infrahumana. Por otro lado, grandes masas populares viven su fe
cristiana de forma alienante. Para muchos, la fe es sólo una ayuda para
resignarse más fácilmente y esperar la compensación del premio en la otra vida.
2. SER CRISTIANO NO ES
SIMPLEMENTE. . .
1. Ser cristiano no es
simplemente hacer el bien y evitar el mal.
Hay muchas personas honestas, que
trabajan por construir un mundo mejor e intentan luchar contra la corrupción y
la injusticia. Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos y sus valores
humanos, no por esto pueden ser llamados propiamente cristianos.
2. Ser cristiano no es
simplemente creer en Dios. judíos y mahometanos, budistas e hindúes, y miembros
de otras grandes religiones de la humanidad, creen en Dios, origen y fin último
de todo, pero no creen en Jesucristo.
3. Ser cristiano no consiste
simplemente en cumplir unos ritos determinados. Pero no basta haber sido
bautizado, haber hecho la primera comunión, asistir a procesiones, peregrinar a
santuarios marianos, celebrar festividades para poder ser identificado como
cristiano. Los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y sin
embargo Jesús los denunció cómo hipócritas (Mt 23). El rito es necesario, pero
no suficiente para ser cristiano.
4. Ser cristiano no se limita a
aceptar unas verdades de fe, en unos dogmas, recitar el Credo o saberse el
catecismo de memoria. Es necesario aceptar la fe de la Iglesia, conocer sus
leyes y preceptos, pero esto no basta para ser cristiano. El cristianismo no es
sólo una doctrina.
5. Ser cristiano no se identifica
con seguir una tradición, que se mantiene de siglos a través de un ambiente.
Toda religión reconoce la importancia del peso de la historia, pero el
cristianismo no es simplemente una cultura, un folklore, un arte, una costumbre
inmemorial que se transmite a través de los años.
6. Ser cristiano no puede
consistir únicamente en prepararse para la otra vida, esperar en el más allá,
mientras uno se desinteresa de las cosas del presente o se limita a sufrirlas
con resignación.
3. SER CRISTIANO ES SEGUIR A JESUS
No se puede ser cristiano al
margen de la figura histórica de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por
nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36). Lo cristiano no es
simplemente una doctrina, una ética, un rito o una tradición religiosa, sino
que cristiano es todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él
no hay cristianismo. Lo cristiano es El mismo. Los cristianos son seguidores de
Jesús, sus discípulos. En Antioquía, por primera vez los discípulos de Jesús
fueron llamados cristianos (Hch 11,26).
La vida cristiana es un camino
(Hch 9,2), el camino de seguimiento de Jesús. Los Apóstoles, primeros
seguidores de Jesús, son el modelo de la vida cristiana. Ser cristiano es
imitar a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús. De los Apóstoles se dice que
siguieron a Jesús. (Lc 5,11) y a este seguimiento es llamado todo bautizado en
la Iglesia. Los Apóstoles no fueron únicamente los discípulos fieles del
Maestro, que aprendieron sus enseñanzas, como los jóvenes de hoy aprenden de
sus profesores. Ser discípulo de Jesús comportaba para los Apóstoles estar con
él, entrar en su comunidad, participar de su misión y de su mismo destino (Mc
3,13-14; 10, 38-39). Seguir a Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus
gestos, sino continuar su camino "pro-seguir su obra, per-seguir su causa,
con-seguir su plenitud"
. El cristiano es el que ha
escuchado, como los discípulos de Jesús, su voz que le dice:
"Sígueme" (Jn 1,39-44; 21,22) y se pone en camino para seguirle.
¿Pero qué supone seguir a Jesús?
1. Seguir a Jesús supone reconocerlo
como Señor.
Nadie sigue a alguien sin
motivos. Los Apóstoles siguieron a Jesús porque reconocieron que El era el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29-37), el Mesías, el
Cristo (Jn l,41), Aquél de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas
(Jn 1,45), el Hijo de Dios, el Rey de Israel (Jn 1,49). Ante Jesús, Pedro
exclama antes de seguirle: "Señor, apártate de mí, que soy un
pecador" (Lc 5,8). Los Apóstoles reconocen que Jesús es Aquél que los
profetas habían anunciado como Mesías futuro y que Juan Bautista había
proclamado como ya cercano (Jn 1,26; Lc 3,16).
Hoy el cristiano reconoce a Jesús
como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la Puerta (Jn 10,7), la Luz (Jn
8,12), el Buen Pastor (Jn 10,11, 14), el Pan de Vida (Jn 6), la Resurrección y
la Vida (Jn 11,25), la Palabra encarnada (Jn 1,l4), el Cristo, el Hijo del Dios
Vivo, (Mt 16,16), el Hijo del Padre (Jn 5,19-23; 26-27; 36-37; 43 ss), el que
existe antes que Abraham (Jn 9,58), el Señor Resucitado (Jn 20-21), el Juez de
Vivos y Muertos (Mt 35,31-45), el Principio y el Fin, el que es, era y ha de
venir, el Señor del Universo (Ap 1,8).
El cristiano no sigue a
cualquiera, sino al Señor de quien parte la iniciativa para que le sigamos. El
llamado viene de Él, a través de la Escritura, de la Iglesia o de los
acontecimientos de la historia. Ante esta vocación el cristiano exclama como
Pedro: ¿"Señor a quién iríamos"? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo Dios " (Jn 6,68).
La fe cristiana no consiste
propiamente en aceptar doctrinas, sino en reconocer a Jesús como Señor y
seguirle. El Credo es la profesión de fe del que sigue a Cristo. El Credo que
se enseñaba a los catecúmenos en el tiempo de preparación al bautismo, no era
una simple lección de memoria, sino la contraseña que les identificaba como
seguidores de Jesús ante el mundo. Sabían a quien seguían, sabían de quién se
habían fiado, y como Pablo, todo lo consideraban basura en comparación de haber
conocido y poder seguir a Cristo (Flp 3,7-21).
Seguir a Jesús es convertirse al
Señor, cambiar la orientación de la vida. Significa escoger la vida en vez de
la muerte (Dt 30,19). Significa renunciar al Maligno y su imperio de muerte (Jn
8,44) y adherirse a Cristo. Los primeros cristianos en el catecumenado
realizaban una solemne renuncia a Satanás y sus estructuras antes de adherirse
a Cristo por el bautismo. Todavía quedan en nuestra liturgia bautismal los vestigios
de esta renuncia. Pero todo ello debe hoy profundizarse. Nadie puede servir a
dos señores, a Dios y al dinero (Mt 6,24).
2. Seguir a Jesús
significa aceptar su proyecto
Jesús tiene un proyecto, una
misión: anunciar y realizar el Reino de Dios (Mc 1,15). Este es el plan que el
Padre le ha encomendado, formar una gran familia de hijos y hermanos, un hogar,
una humanidad nueva, los nuevos cielos y la nueva tierra que los profetas
habían predicho (Is 65, 17-25). Esta es la gran Utopía de Dios, el auténtico
paraíso descrito simbólicamente en el Génesis (Gen 1-2), donde la humanidad
vivirá reconciliada con la naturaleza, entre sí y con Dios, de modo que el
hombre sea señor del mundo, hermano de las personas e hijo de Dios (DP 322).
Esta gran Buena Noticia es algo integral, ya que abarca a toda la persona
humana (alma y cuerpo), a todo el mundo (personas y comunidades) y aunque
consumará en el más allá, debe comenzar ya aquí en nuestra historia.
3. Seguir a Jesús supone
proseguir su estilo evangélico
El programa de Jesús, el Reino de
Dios, es inseparable de su persona, en el Reino de Dios se encarna y
personifica, con Él el Reino se acerca a la humanidad (Lc 11,20). Jesús posee
un estilo peculiar de anunciar y realizar el Reino.
Nacido pobre (Lc 2,6-7), hijo de
una familia trabajadora sencilla (Lc 1,16; 4,22; Mc 6,3), se siente enviado a
anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18) y sanar a pecadores, enfermos y
marginados (Lc 7,21-23). Jesús a lo largo de su vida va discerniendo lentamente
su misión y el camino que el Padre desea. Rechaza las tentaciones de poder y
prestigio (Lc 4), reconoce que el Padre revela el misterio de Dios a los
sencillos y lo oculta a los sabios y prudentes (Mt 11,25-26), se va
solidarizando en todo a los hombres menos en el pecado (Hb 4,15), se compadece
del pueblo disperso como ovejas sin pastor (Mc 34), bendice al pueblo pobre (Lc
6,21-23) y maldice a los ricos (Lc 6,24-26) y a los fariseos hipócritas (Mt 23).
Hace de los pobres los jueces de
la humanidad y toma como hecho a sí mismo cuanto se haga u omita con los pobres
(Mt 25, 31-45; Mc 9, 36-37).
Esta opción de Jesús le produjo
conflictos y le llevó a la muerte. Su muerte es un asesinato tramado por todos
sus enemigos, pero su resurrección no sólo es el triunfo de Jesús , sino la
confirmación por parte del Padre de la validez de su camino. Mientras vivió en
este mundo, Jesús fue tenido por loco (Mc 3,21), blasfemo (Mt 26,65), borracho
(Lc 7,34), endemoniado (Lc 11,15), pero el Padre resucitándolo muestra que el
camino de Jesús es el auténtico camino del Reino y que Jesús tenía razón en
haber seguido el estilo evangélico del Siervo de Yavé (Is 42;49;50;53). Lo
proclamado misteriosamente en el Bautismo (Mc 1,9-11) y la Transfiguración (Mc
9, 1-8), se realiza en la Resurrección: Jesús es realmente el Hijo del Padre y
a Él hay que escucharle y seguirle. Seguir a Jesús es tomar la cruz y perder la
vida, pero para ganar la vida y salvarse (Mc 8,34-35).
4. Seguir a Jesús es
formar parte de su comunidad
Jesús aunque llamó a los
discípulos personalmente, uno por uno, a su seguimiento, formó con ellos un
grupo, los doce, a los que luego se añadieron hombres y mujeres hasta
constituir una comunidad: la comunidad de Jesús (Lc 8,1-3). Este modo de actuar
del Señor no es casual, sino que corresponde al plan de Dios de formar un
pueblo, a lo largo de la historia, para que fuese semilla y fermento del Reino
de Dios (LG 9 ). El pueblo de Israel en el AT, fue elegido y formado lentamente
por Yavé, desde Abraham hasta María, era figura y semilla del nuevo Pueblo de
Dios, la Iglesia, que Jesús preparó y que nació por obra del Espíritu en Pentecostés
(Hch 2). La Iglesia es la comunidad que mantiene la memoria de Jesús a través
del tiempo, es su Cuerpo visible en la historia (1 Cor 12), continúa
profetizando el proyecto de Jesús a todos, anuncia el Reino a los pobres,
denuncia el pecado y va realizando la fraternidad y la filiación de la
humanidad, hasta hacer de ella la nueva humanidad, los nuevos cielos y la nueva
tierra en la nueva Jerusalén, donde existirá plena comunión entre Dios y la
humanidad (Ap 21).
La Iglesia prolonga en la
historia el grupo de discípulos de Jesús y es la comunidad que prosigue la
misión de Jesús en este mundo.
Querer seguir a Jesús al margen
de la Iglesia es un peligroso engaño ya que, como Pablo descubrió en su
conversión (Hch 9,5-6), la comunidad de los cristianos es el Cuerpo de Jesús (l
Cor 12, 27), es Cristo presente en forma comunitaria. Pero la Iglesia deberá
continuamente convertirse al Reino de Dios, objetivo central de su misión, y
deberá recordar siempre que Jesús siendo rico se hizo pobre ( 2 Cor 8,9j) y fue
enviado para evangelizar a los pobres y salvar lo perdido (Lc 4,l8; 19,10),
como el Vaticano II proclama (LG 8) y la Iglesia de América Latina ha recogido
al hablar de la opción preferencial por los pobres (DP 1134).
5. Seguir a Jesús es vivir
bajo la fuerza del Espíritu
Seguir a Jesús, formar parte de
su comunidad, continuar su proyecto en la historia de hoy, son realidades que
nos superan. Por esto Jesús prometió el Espíritu a sus discípulos (Jn 14, l7) y
este Espíritu es la fuerza y el aliento vital que anima, vivifica, guía,
santifica, enriquece y lleva a su plenitud la comunidad de los seguidores de
Jesús (LG 4). El Espíritu convierte el seguimiento en una vida nueva en Cristo,
en una comunión vital con el Resucitado en su Iglesia, nos hace pasar de la
ética voluntarista a la mística del permanecer en El y vivir de su savia vital,
como el sarmiento en la vid (Jn 15).
Este Espíritu, don de Dios para
los tiempos del Mesías (Jl 2) es un Espíritu de justicia y derecho para los
pobres y oprimidos (Is 11; 42; 61), el Espíritu que guió toda la vida y la
misión de Jesús (Lc 4,18), el cual ungido por el Espíritu pasó por el mundo
haciendo el bien y liberando de la opresión del Maligno (Hch 10,38). Este
Espíritu es el que nos hace llamar a Dios, Padre (Gal 4,4) y es el que gime en
el clamor de la creación y de los pueblos en busca de su liberación (Rm
8,18-27).
Seguir a Jesús implica aceptar y
comenzar a vivir todo esto. Es un camino que requiere discernimiento para ir
recreando en cada instante de la historia las actitudes de Jesús y los llamados
de su Espíritu.
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